El modelo basado en un puesto de trabajo analógico ha sido la única alternativa hasta la irrupción de la revolución tecnológica que nos ofrece un nuevo súper-poder: el don de la ubicuidad. Sin embargo, trabajar en un viejo sillón de Ikea con el portátil en el regazo, los vecinos haciendo obra en el tabique contiguo, el plato de comida rápida en el suelo, la ventana abierta por el calor sofocante del verano y el ruido del tráfico como banda sonora, no es el mejor escenario en el que estudiar un importante contrato para la compañía. Dormir en un avión no significa ni descanso, ni que la aeronave se convierta en nuestra habitación. Como dice Lorenzo Díaz de la plataforma Arquine Oír: “Yo, la verdad, no tengo oficina, trabajo desde Starbucks” es como decir, “ya en casa eliminé el comedor, he adoptado el Vips como el lugar para recibir a mis suegros”. La arquitectura es identidad, es cultura que da sentido de pertenencia.

Los lugares de trabajo deben generar un ambiente donde se potencie la creatividad y se inhiba el estrés, garantizando el bienestar del trabajador tanto a escala física, como cognitiva o emocional. Sabemos que así, somos más efectivos y productivos.

Un buen diseño debe atender a los distintos ritmos de trabajo de cada persona y cada cargo, al intercambio constante de ideas, no sólo entre los miembros de una misma área, a la flexibilidad de movimientos, incluso llegando a incorporar conceptualmente la idea de “hogar” para que los trabajadores se sientan como en casa, pero sin estarlo, como las oficinas de Amazon. Y LinkedIn, por su parte, no se queda atrás, y ha instalado una «disco silenciosa» en su nuevo edificio de San Francisco, donde los empleados pueden pasar un rato bailando al ritmo de la música que sale desde los auriculares de sus smartphones. Se incorporan bibliotecas, espacios exteriores, gimnasios, rememorando así dinámicas universitarias. 

Pero el concepto “oficina”, actualmente, lo que esconde es la idea principal de cultivar una comunidad, pues los trabajadores no sólo han escogido un trabajo, sino un estilo de vida, y ese cultivo, sólo germina en un espacio físico común, en el que los valores de la empresa, coinciden en muchos aspectos con los del trabajador. El espacio de trabajo es un lugar identitario con capacidad para crear conexiones, sustentado por emociones y razones, donde conviven sueños, éxitos, fracasos, preferencias, orgullos… y, sobre todo, con unos objetivos comunes, al igual que lo es el hogar. 

Y aunque el papel de un espacio físico es cada vez más flexible, la mesa de nuestro comedor no sustituye:

a. El trabajo en equipo.

b. Los beneficios que una comunidad aporta a las personas, evitando sentimientos de soledad, aislamiento y marginación.

c. El riesgo de que el empleado quede desfasado.

d. Las relaciones informales y colaboraciones espontáneas en la ya vieja máquina de café. 

En un futuro no muy lejano, la iluminación, la privacidad visual, la acústica y la temperatura podrá ajustarse de forma personalizada… será un lugar en el que querer estar, se parecerá más a un asistente que nos guía hacia una experiencia laboral satisfactoria. Pues al fin y al cabo las empresas deben comportarse más como un ser vivo que como una máquina. Y como dijo Woody Allen: “me interesa el futuro, ya que es el sitio donde pienso pasar el resto de mis días.”